domingo, 28 de abril de 2013

​​Lo único que recuerdo ...


   

¿Te he dicho cuánto te quiero?- me decía siempre mi padre cuando comenzaba una conversación conmigo.

La expresión de amor era recíproca. En sus últimos años, cuando su vida visiblemente comenzó a deteriorarse, nos sentíamos aún más cerca... si era posible.

A los ochenta y dos él estaba listo para morir, y yo estaba lista para dejarle partir, pues de ese modo su sufrimiento terminaría. Reímos y lloramos, nos dimos las manos, y hablamos de nuestro mutuo amor, y convinimos en que había llegado el momento.

-Después que te ya has ido quiero una señal tuya de que estas bien-le dije.

Se rió de lo absurdo de mi petición; no creía en la reencarnación. Tampoco yo estoy segura de haber creído, pero había tenido muchas experiencias que me convencieron de que podría recibir alguna señal 'desde el otro lado'.

Mi padre y yo estábamos conectados tan profundamente, que pude sentir su ataque al corazón en mi propio pecho el momento en que murió.
Más tarde me lamenté de que el hospital, en su aséptica sabiduría, no me había permitido tomar su mano mientras se iba.


Día tras día oraba para oír de él, pero nada sucedía. Noche tras noche rogué por un sueño antes de quedar dormida. Sin embargo, transcurrieron cuatro largos mese, y no oí ni sentí nada, sino dolor por su partida. Mi madre había muerto del mal de Alzheimer cinco años antes, y pese a que yo tenía hijas, me sentí como una niña perdida.

Un día, mientras yacía esperando mi turno sobre la mesa de masajes en un cuarto tranquilo y oscuro, una ola de nostalgia por mi padre me invadió totalmente. Comencé a preguntarme si había sido demasiado exigente al pedir una señal de él. Noté que mi mente se encontraba en un estado hiper agudo. Experimenté una claridad nada familiar, a la que podido añadir largas figuras en mi cabeza. Me aseguré de estar despierta y no soñando, y me dí cuenta que estaba tan lejos como era posible de cualquier estado soñoliento. Cada pensamiento que tenía era como una gota de agua que perturbaba un estanque tranquilo, y me maravilló la paz de cada momento que pasaba. Entonces pensé: 'he estado tratando de controlar los mensajes del otro lado; voy a dejar de hacerlo ahora'.

Repentinamente apareció el rostro de mi madre... mi madre , como era antes de que la enfermedad de Alzheimer le hubiera robado su mente, su humanidad y cincuenta libras. El magnífico cabello plateado coronaba su dulce rostro. Era tan real, y estaba tan cerca, que sentí que podía llegar a ella y tocarla. Lucía como doce años atrás s, antes que la devastadora enfermedad hubiera comenzado. Incluso olí la fragancia de Joy, su perfume favorito. Parecía estar esperando y no habló. Me pregunté como podía ser que yo pensara en mi padre, y que fuera mi madre quien apareciera. 
Me sentí un poco culpable de no haber pedido que ella apareciera también.

-Oh madre, siento tanto que hayas tenido que sufrir esa horrible enfermedad-le dije.

Ella ladeó ligeramente la cabeza, como para entender lo que yo había dicho sobre su sufrimiento. Luego sonrió de manera hermosa.

-Pero lo único que recuerdo es amor- dijo claramente y desapareció.

Comencé a temblar en el cuarto que repentinamente se había puesto frío, supe en mis huesos que el amor que damos y recibimos es lo único que importa, 
y lo único que se recuerda. El sufrimiento desaparece; el amor permanece.

Sus palabras son las más importantes que he oído, y ese momento quedó grabado para siempre en mi corazón. Todavía no he visto ni he oído nada de mi padre,
pero no tengo duda de que algún día, cuando menos lo espere, aparecerá y dirá:

-¿te he dicho cuánto te quiero?  

No hay comentarios:

Publicar un comentario